sábado, 19 de enero de 2013

La navidad que vimos África desde la autovía.



La navidad que vimos África desde la autovía.
Nadie nos creyó porque es científicamente imposible,
pero juro que vimos África.
Increíbles nítidas siluetas de tierra firme al otro lado del horizonte,
que nunca antes habíamos visto,
después de años pasando por el mismo sitio a todas horas.

El horizonte del sur del Mediterráneo,
tan vacío, tan azul, tan infinito,
de repente,
poblado.

El día que por una vez bajé a tender y se escuchaban las olas.
Desde el jardín, el mar.
Como si estuviera en la calle de abajo.
Tan lejos y tan cerca.
Como aquel día de verano que,
de repente,
con las ventanas abiertas,
olía el aire a mar, a sal,
a playa.

El reflejo del sol en los edificios más lejanos
que se ven desde la terraza.
Que parece que estén ardiendo,
cuando está atardeciendo.

La niebla que me recibió al llegar a la Costa del Sol,
la niebla que no nos dejaba ver más de diez metros,
cuando volvíamos del campo,
y en el pantano no cabía ni una gota más.

Los fuegos artificiales en nochevieja,
desde el palco preferente.

Las mejores vistas,
que hay en toda la comarca.

La playa que no piso desde yo qué sé cuándo
la ciudad que tampoco piso desde a saber.
El paseo marítimo,
la gente, y ese acento por la calle
que tanto echo de menos cuando estoy lejos,
tan diferente al alemán de los carteles del Santander.

El sol permanente,
la lluvia desaparecida,
el mínimo de siete grados,
en enero,
y el máximo rondando los veinte.

El sur.

Las veces que hemos calentado la voz
en los ‘camerinos’ de la iglesia,
y lo que nos la conocemos,
siendo casi todos (muy) ateos.
Y lo bien que nos lo pasamos,
bailando en el altar,
cantando a veces en idiomas raros.

La de espaguetis que hemos amasao,
y la de espaguetis que hemos comío, 
la de veces que hemos intentado explicar
por qué mis primos son mis primos,
si con algunos no tenemos en común ni un apellido,
pero tenemos todos los mismos.

La de tonterías que decimos,
cuando algunos traen el pelo azul,
otros quieren hacer espaguetis con un peine de piojos,
otros usan un código penal para apretar la máquina,
y de repente hay harina por todas partes.

La de canciones de los setenta y muchos que me sé
sin saber ni quién las canta.

La de cubanos que han cantao en nuestras casas.

Y mientras, nosotros,
cantándole villancicos a cuatro voces
a los clientes de la mejor pizzería,
y poniendo de moda una nueva versión
del mítico no dudaría,
cantando por la calle,
hércules y pocahontas.

Los desafinaos y los afinaos,
los diapasones y los micrófonos,
sobre todo las guitarras,
las voces,
y las segundas voces
hasta en un cumpleaños feliz.

La mitad vinimos con un pentagrama debajo del brazo,
la otra mitad con una guitarra y una voz,
y ahora el piano legendario no cabe por la puerta. 

2 comentarios:

  1. Eso mismo, y juntándolo con estas navidades, que han sido como siempre pero, me da la sensación, diferentes... =)

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