sábado, 22 de febrero de 2014

Su plan de estudios

El plan de estudios que usted propone está muy bien.
El plan de estudios que usted propone se basa en un cronograma, semana a semana, durante catorce semanas y media de las cuales debemos restar un puente y un día festivo. Así que son catorce semanas menos un poco pero no sabemos bien cuánto porque igual usted decide llegar una hora tarde alguno de estos días y se le descuadra un poco.

El plan de estudios que usted propone contiene teoría y práctica, pero ya se sabe, siempre un poquito más de historia, de teoría, que de práctica. Porque total, la práctica en realidad la vamos a aprender cuando salgamos de aquí.
De aquí, de la universidad, de aquí, de Madrid, de aquí, de España.

El plan de estudios que usted propone no tiene ningún sentido si no dedicamos un mínimo de tres coma catorce horas semanales a su asignatura. Porque la enseñanza en general y universitaria en concreto no tiene ningún sentido si no leemos  textos que hablen de todo lo que pasó antes de los años 50. 
Porque del resto no hay perspectiva temporal suficiente como para comenzar a analizarlos y no nos sirve para nada conocer lo actual si no sabemos su base histórica, que nadie aún nos ha contado. 


El plan de estudios que usted propone contiene una bibliografía muy extensa que podremos encontrar sólo y exclusivamente en la biblioteca de esta universidad, porque no podemos pretender sacarnos una carrera universitaria en tal universidad de tal prestigio con archivos sacados de la red, y porque no podemos tampoco pretender sacarnos una carrera universitaria en tal universidad de tal prestigio sin leer textos y analizarlos y empezar muchos documentos de Word con la frase “el autor defiende que”.
Y no el autor defiende de que.

El plan de estudios que usted propone, déjeme decirle, no es plan ni es de estudios, porque le fallan algunas cosillas insignificantes. 
El plan de estudios que usted propone parte de la base de que absolutamente todos los que estamos en este aula tenemos un exagerado interés por su asignatura. Cosa con la que usted no debería contar, porque esta asignatura la cursamos por obligación y no por voluntad propia. Como todas las demás.  
Porque en esta carrera no conocemos lo que se siente al elegir una asignatura por voluntad propia. Porque, claro, eso nos diferenciaría demasiado y nos daría una formación demasiado específica y no es lo que estamos persiguiendo.

Al plan de estudios que usted propone, le faltan unas gotitas de motivación y un puñado de interés. No sólo por nuestra parte, sino principalmente por la suya. 
Plantéeselo un momento.
El plan de estudios que usted propone debería proponérselo a usted mismo primero. Y luego, verlo como un reto. Un reto para convencernos de que realmente su plan de estudios es el mejor. Y si quiere convencernos de que su plan de estudios es el mejor, debe primero convencernos de que su asignatura es la mejor.
Cosa que no debería resultarle difícil si usted mismo cree en ella. Ya sabe, transmitir un poco de pasión por el asunto, entusiasmo, interés y ganas por hacer lo que hace y convencernos para que lo hagamos nosotros también, con al menos la mitad de su interés y de sus ganas. Porque de eso se trata al fin y al cabo, de que nos guste lo que hacemos, creía yo. 
Pero si usted mismo no cree en ello, incluso si usted mismo sabe y reconoce que no le gustan los contenidos o directamente la docencia, dé la partida por perdida. No será el primero ni el último. Proyecte cuatro power points facilitos, haga un examen de risa y apruébenos a todos con nota. O mucho mejor, dedíquese a otra cosa.

El plan de estudios que usted propone está muy bien, de verdad.
Sólo le falta creérselo.



sábado, 15 de febrero de 2014

La mujer de la ventana

La mujer de la ventana formó parte de nuestra historia de principio a fin. 
Todos los días. 
La mujer de la ventana vivía sola en una casa pequeña al norte de Alemania, en un barrio de clase media-alta. Su cocina estaba a unos metros por debajo del nivel de la calle y en ella pasaba la mayor parte del tiempo, con una luz tenue amarillenta, que venía a veces del flexo que tenía sobre la mesa, y a veces de la lámpara que colgaba del techo. De su ventana salía casi la única iluminación que había en una calle con muy pocas farolas, en una ciudad donde antes de las cinco se hacía de noche.
Un diván se veía a la derecha, donde se recostaba a leer las noches de frío, que eran prácticamente todas. En la pequeña mesa dibujaba, comía y trabajaba. 
En la misma habitación cocinaba y ponía lavadoras.
Quisimos hacerle alguna foto para mantener vivo el recuerdo pero nunca nos atrevimos. Simplemente nos dedicábamos a comentar qué estaba haciendo aquella noche la mujer de la ventana cuando llegábamos a casa. 
Recuerdo sólo un día en el que la vi acompañada.  Sólo fui capaz de contemplar la escena durante los dos segundos que tardaba en pasar por su casa cada noche a menos cinco grados. Pero nos imaginábamos las historias, y todas podían ser ciertas. Una amiga de la infancia había venido a visitarla, cenaron juntas y hablaron durante toda la noche. Por fin habían decidido dejar de esconderse y su pareja cenaba con ella ese día. Una familiar lejana pasaba por la ciudad y necesitaba un techo. Todas podían ser ciertas y probablemente ninguna lo era. 

La mujer de la ventana trabajaba por las mañanas, porque no estaba en casa, y su cocina estaba a oscuras, pero siempre con la persiana subida. Entraba muy temprano, porque un día, antes de las siete, vi luces. 

Nos sentimos el mirón del que tanto se habla en algunas clases de cine, el espía que no puede vivir sin saber qué hacía cada día la mujer de la ventana. 
Como si quisiera decirnos algo, ahí estaba, día tras día, o más bien, noche tras noche, incansable. Leyendo, dibujando, cocinando, protagonizando su propia película en un decorado de muy pocos metros cuadrados, con pocos focos, sin guión y con una sola cámara, siendo nuestra única constante durante aquellos once meses que dieron para tanto.
Perenne, noche tras noche, permanente en su cocina y ajena a todo lo que ocurriese fuera. Vigilándonos tanto como nosotros a ella.
La mujer de la ventana nos tranquilizaba cuando la veíamos allí cada noche y sabíamos que aunque el mundo se derrumbase, ella resistiría imbatible en su pequeña cocina. Con un libro, o un lápiz entre las manos. Fuerte y convencida de lo que hacía.


La mujer de la ventana sigue allí, meses después, estoy segura. Y seguirá mucho tiempo más. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si siguiéramos pasando por delante de su ventana todas las noches y, sin detenernos, echáramos un vistazo rápido para ver qué hacía ese día. Sólo unos segundos antes de que ella levantara la cabeza de su libro para mirar sonriendo el rastro de nuestras sombras.