viernes, 8 de junio de 2012


Un rapero.
Sí, sí, un rapero de esos que tienen las cosas claras en su cabeza, las ideas y la poesía listas para soltarlas por un micrófono.
Poesía de esa rápida y extraña, pero que no creo que deje de ser poesía.
Poesía, llamemos, a todas esas palabras bien dichas y ordenadas, bien elegidas y bien puestas.
Potentes, de esas de puñetazo en la mesa.
Cosas que gritarle al mundo.
Un rapero.
Un rapero, pero no de esos que dicen tonterías cursis con una base de fondo que te da dolor de cabeza.
Un rapero, un raperillo de esos de vaqueros que se le caen a posta y de camisetas lisas pero bonitas. De los de gorra, palante y no patrás.
Un rapero bajito, no me preguntéis por qué.
Un rapero cuya mejor arma no es otra que un micrófono, como tiene que ser.
De esos que si hay algo que decir saben qué y cómo.
De esos que valen pero no se lo creen. Ni lo piensan.
Un rapero, un rapero de los de tenis anchos.
Sin cadenas ni colgantes raros.
Un raperillo, sencillo y listo.
Y me lo imagino con el micro del Libertad 8 en la mano, los focos en la cara y sin papel que leer.
Y no sé quién es ni por qué está en mi cabeza.
Un rapero, un rapero de esos que fuera del escenario hablan por los codos de todo y de nada.
De mi edad, quizás.
Con el que tengo la sensación de haberme cruzao alguna vez, pero que creo que en realidad nunca existió.

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