Yo estoy hablando con alguien y estoy en mi cama entre
sábanas medio dormida con luz medio apagada, en silencio, sin gafas e
intentando que no se me salga ni una mano del edredón.
Pero delante tengo una pantalla.
Y al otro lado de esa pantalla, a lo mejor tú estás en mitad
de la gran ciudad, rodeado de coches, ruido, frío y gilipollas que no dejan de
hablar de tonterías a tu lado mientras esperas un autobús que no llega.
Y estamos teniendo la misma conversación.
Tú allí, y así.
Y yo aquí, y así.
Y a lo mejor yo te imaginaba en una situación parecida a la
mía, lo que convertiría todo en una conversación más íntima. Más nuestra, yo
qué sé.
O a lo mejor tú, me imaginabas en una situación parecida a
la tuya, lo que convertiría todo en una conversación más irrelevante. Más tonta, tal vez.
Pero es que antes, siempre estábamos en el mismo ambiente.
Teníamos las mismas conversaciones, porque estábamos en el mismo sitio, nos
mirábamos y hasta podíamos tocarnos estirando una mano. Pensábamos parecido. Porque nos rodeaba la misma luz, el mismo
olor y la misma música, nos distraíamos con lo mismo o nos centrábamos en lo
importante porque nos teníamos delante. Funcionábamos al mismo tiempo y en el
mismo lugar.
Y es que ahora, tú estás hablando de una cosa y yo de otra, porque perdimos lo
que nos rodea, y ahí perdimos un click. Perdimos la mitad de la conversación
por el camino, porque ni estamos cerca ni podemos observarnos. Perdimos
compartir algo más que un puñado de letras mal puestas y un par de muñecos que
no dicen ni la mitad de lo que deberían. Pasamos de estar en la misma
habitación a estar en habitaciones diferentes, ciudades diferentes o incluso
países diferentes. Y pretendemos que comunicarnos a través de botoncitos sea lo
mismo que hablar.
Cómo vamos a pensar lo mismo, a conectar igual, a hablar
igual y a contarnos lo mismo, si yo acabo de pisar una mierda mientras lucho
porque los dedos no se me congelen al mismo tiempo que cruzo un paso de
peatones que ya está en rojo y tú acabas de terminar de ver una peli buenísima en
el sofá con una manta al lado de una estufa.
Cómo vamos a pretender lo mismo cuando nos miramos a una
pantalla y no a los ojos.
Buenísimo, sobre todo la frase final.
ResponderEliminarY toda la razón del mundo.
Prometía ya sólo por el pedazo de título pero, madre mía, qué bien escribes y qué me gusta leerte.
ResponderEliminarY qué razón tienes.