Eso de quitar
las manos del piano y callarte, y que un montón de gente en una sala de
conciertos te cante una canción que has compuesto tú solo en tu casa con tu
boli y tu guitarra, debe ser la hostia.
Ayer estuve
en el concierto de Pablo López, “ex
triunfito”. Y bueno, digo lo de ex
triunfito para que os situéis, porque la etiqueta supongo que va sobrando.
Hace cuatro años me parecía el mejor concursante de su edición, digo
públicamente que con esa edición fui por primera vez al concierto de Operación
Triunfo, y que después lo seguí con su grupo, Niño Raro. Sacaron un disquillo
sin discográfica y allá que fui yo a verlos a la FNAC de Málaga. Era yo fan
absoluta por aquellos tiempos. Y luego se me pasó, porque digamos que
desapareció un poco de la escena.
Pero supongo
que nunca se deja de ser fan, sólo se olvida un poquillo. Y me gustaría
puntualizar esto de ser fan. Porque suena muy a belieber. Llámalo ser admiradora, llámalo como te dé la gana. Es que
creo que hay cierta vergüenza o cierto “yo no lo digo que quedo muy hooligan y no tengo quince años” a esto
de admirar a otras personas medio conocidas. Porque puedes admirar a un amigo o
familiar, a alguien que lleve treinta años en la música o a alguien que lleve
cuarenta en el cine, pero por razones que no alcanzo a comprender, no puedes
admirar públicamente a alguien que acaba de llegar (y que encima es español!).
Porque queda demasiado fanático. Lejos de darnos vergüenza deberíamos estar orgullosos de admirar a la gente que admiramos, opino yo. A mí me parece que admirar a otros nos hace un poquito más felices y no entiendo por qué a la gente a veces le da corte admitirlo.
Porque queda demasiado fanático. Lejos de darnos vergüenza deberíamos estar orgullosos de admirar a la gente que admiramos, opino yo. A mí me parece que admirar a otros nos hace un poquito más felices y no entiendo por qué a la gente a veces le da corte admitirlo.
A lo que iba.
Que terminé en un A Solas de Sol
Música en la Sala Shoko en Madrid. A
Solas, un concierto grabado y emitido, ese programa que llevo viendo en la
tele desde que el mundo es mundo, como dijo él también.
Y qué ilusión
encontrarme al mismo Pablo de hacía unos años. Esa naturalidad y esas sonrisas,
esa manera de disfrutar y ese acentillo tan casa.
El entusiasmo y las ganas en cada tecla. Hay pocos que se agarren de esa manera a un piano de cola para salir a cantar. Y pocos que se les vea disfrutar así. Algo tiene que me hace pensar que no es uno más. Aunque sus letras no sean súper originales, aunque tal vez lo quieran catalogar como más pachangueo del sur, yo veo que tiene algo, tiene un componente emocional, una naturalidad y unos ojillos brillosos –en el sentido más metafórico- que al menos a mí, me transmiten un montón de cosas.
El entusiasmo y las ganas en cada tecla. Hay pocos que se agarren de esa manera a un piano de cola para salir a cantar. Y pocos que se les vea disfrutar así. Algo tiene que me hace pensar que no es uno más. Aunque sus letras no sean súper originales, aunque tal vez lo quieran catalogar como más pachangueo del sur, yo veo que tiene algo, tiene un componente emocional, una naturalidad y unos ojillos brillosos –en el sentido más metafórico- que al menos a mí, me transmiten un montón de cosas.
Dedicó una
canción a la importancia de una casa. “Esta la estoy sintiendo mucho más de lo
que me imaginé”, dijo. La presentó como algo que tenía que ver con los desahucios,
y le ha debido tocar alguno cerca, porque ya, además de la putada económica y
de lo que es quedarte sin casa, me hizo pensar en la putada sentimental de
perder una casa. “Como dice el tango: qué son veinte años para una pared”,
empieza diciendo. Cuántas cosas se pueden haber llegado a vivir entre unas
mismas paredes, como para que de repente te las quiten.
Lo bien que suena un piano con una buena voz.
Y bueno, hubo
más. Yo no me sabía ninguna, pero además de Mi casa, cantó Vi, Donde, La mejor noche de mi vida y algunas más. Y con unas ganas y una
ilusión en la cara que daban ganas de subirse al escenario. Y muchas ya no tan
voz y piano, sino bajo, guitarra y batería, y gente saltando.
Lo vi tan
feliz, después de luchar tanto para estar ahí, que me alegré como si lo
conociese de siempre. Porque lo disfrutó un montón. Y los músicos –entre ellos
el productor- también. Gente que se lo pasa muy bien, que le encanta lo que
hace y encima les pagan.
Después le
dio unas gracias sinceras a cada persona que estaba haciendo posible que
estuviese allí. Y de repente me dieron todos mucha envidia y me dieron ganas
de formar yo parte de eso. Encima o
debajo del escenario. Pero vi que aquello era juntar eso que tanto me gusta
de las cámaras, con eso que tanto me gusta de la música. No deja de ser captar
emociones creadas por otros, como en el cine.
Y luego,
dentro de toda esa felicidad que se le veía y se le escuchaba, está aquello de oír
en voz de otros tus propias canciones. Siempre he pensado que debe ser
indescriptible. Que un montón de personas –por pocas que sean, y ya no digamos
cuando son miles- canten algo que tú has compuesto. Algo tan personal. Que
hiciste tú en tu casa contigo mismo. Que elegiste tú cada palabra y cada nota. Y te callas un
momento, encima de un escenario, y muchísima gente se sabe cada palabra y cada
nota que tú escribiste. Debe ser brutal.
Y creo que lo
intentó agradecer pero le costó explicarlo.
Once historias y un piano, echadle un vistazo porque, puede gustar o no, pero de
verdad, que canta de dentro.
Y fue
entonces cuando pensé, que tal vez no puedo estar dentro de un equipo así, pero
puedo contarlo. Y siempre me emociono de alguna forma cuando voy a cosas de
estas. Y siempre me apetece contarlo a mi manera y en caliente, sin pensar
mucho más allá.
Así que, así fue
como decidí lavarle la cara a este blog y empezar otra vez.
Y seré exageradamente subjetiva, parcial y fan.
Y seré exageradamente subjetiva, parcial y fan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario