sábado, 26 de octubre de 2013

Pablo López en A solas de Sol Música.

Eso de quitar las manos del piano y callarte, y que un montón de gente en una sala de conciertos te cante una canción que has compuesto tú solo en tu casa con tu boli y tu guitarra, debe ser la hostia.


Ayer estuve en el concierto de Pablo López, “ex triunfito”. Y bueno, digo lo de ex triunfito para que os situéis, porque la etiqueta supongo que va sobrando. Hace cuatro años me parecía el mejor concursante de su edición, digo públicamente que con esa edición fui por primera vez al concierto de Operación Triunfo, y que después lo seguí con su grupo, Niño Raro. Sacaron un disquillo sin discográfica y allá que fui yo a verlos a la FNAC de Málaga. Era yo fan absoluta por aquellos tiempos. Y luego se me pasó, porque digamos que desapareció un poco de la escena.

Pero supongo que nunca se deja de ser fan, sólo se olvida un poquillo. Y me gustaría puntualizar esto de ser fan. Porque suena muy a belieber. Llámalo ser admiradora, llámalo como te dé la gana. Es que creo que hay cierta vergüenza o cierto “yo no lo digo que quedo muy hooligan y no tengo quince años” a esto de admirar a otras personas medio conocidas. Porque puedes admirar a un amigo o familiar, a alguien que lleve treinta años en la música o a alguien que lleve cuarenta en el cine, pero por razones que no alcanzo a comprender, no puedes admirar públicamente a alguien que acaba de llegar (y que encima es español!).
Porque queda demasiado fanático. Lejos de darnos vergüenza deberíamos estar orgullosos de admirar a la gente que admiramos, opino yo. A mí me parece que admirar a otros nos hace un poquito más felices y no entiendo por qué a la gente a veces le da corte admitirlo.

A lo que iba. Que terminé en un A Solas de Sol Música en la Sala Shoko en Madrid. A Solas, un concierto grabado y emitido, ese programa que llevo viendo en la tele desde que el mundo es mundo, como dijo él también.

Y qué ilusión encontrarme al mismo Pablo de hacía unos años. Esa naturalidad y esas sonrisas, esa manera de disfrutar y ese acentillo tan casa.
El entusiasmo y las ganas en cada tecla. Hay pocos que se agarren de esa manera a un piano de cola para salir a cantar. Y pocos que se les vea disfrutar así. Algo tiene que me hace pensar que no es uno más. Aunque sus letras no sean súper originales, aunque tal vez lo quieran catalogar como más pachangueo del sur, yo veo que tiene algo, tiene un componente emocional, una naturalidad y unos ojillos brillosos –en el sentido más metafórico- que al menos a mí, me transmiten un montón de cosas.
Dedicó una canción a la importancia de una casa. “Esta la estoy sintiendo mucho más de lo que me imaginé”, dijo. La presentó como algo que tenía que ver con los desahucios, y le ha debido tocar alguno cerca, porque ya, además de la putada económica y de lo que es quedarte sin casa, me hizo pensar en la putada sentimental de perder una casa. “Como dice el tango: qué son veinte años para una pared”, empieza diciendo. Cuántas cosas se pueden haber llegado a vivir entre unas mismas paredes, como para que de repente te las quiten. 

Lo bien que suena un piano con una buena voz.

Y bueno, hubo más. Yo no me sabía ninguna, pero además de Mi casa, cantó Vi, Donde, La mejor noche de mi vida y algunas más. Y con unas ganas y una ilusión en la cara que daban ganas de subirse al escenario. Y muchas ya no tan voz y piano, sino bajo, guitarra y batería, y gente saltando.  

Lo vi tan feliz, después de luchar tanto para estar ahí, que me alegré como si lo conociese de siempre. Porque lo disfrutó un montón. Y los músicos –entre ellos el productor- también. Gente que se lo pasa muy bien, que le encanta lo que hace y encima les pagan.
  
Después le dio unas gracias sinceras a cada persona que estaba haciendo posible que estuviese allí. Y de repente me dieron todos mucha envidia y me dieron ganas de  formar yo parte de eso. Encima o debajo del escenario. Pero vi que aquello era juntar eso que tanto me gusta de las cámaras, con eso que tanto me gusta de la música. No deja de ser captar emociones creadas por otros, como en el cine.

Y luego, dentro de toda esa felicidad que se le veía y se le escuchaba, está aquello de oír en voz de otros tus propias canciones. Siempre he pensado que debe ser indescriptible. Que un montón de personas –por pocas que sean, y ya no digamos cuando son miles- canten algo que tú has compuesto. Algo tan personal. Que hiciste tú en tu casa contigo mismo. Que elegiste tú cada palabra y cada nota. Y te callas un momento, encima de un escenario, y muchísima gente se sabe cada palabra y cada nota que tú escribiste. Debe ser brutal.
Y creo que lo intentó agradecer pero le costó explicarlo.
Once historias y un piano, echadle un vistazo porque, puede gustar o no, pero de verdad, que canta de dentro.

Y fue entonces cuando pensé, que tal vez no puedo estar dentro de un equipo así, pero puedo contarlo. Y siempre me emociono de alguna forma cuando voy a cosas de estas. Y siempre me apetece contarlo a mi manera y en caliente, sin pensar mucho más allá. 

Así que, así fue como decidí lavarle la cara a este blog y empezar otra vez.
Y seré exageradamente subjetiva, parcial y fan.



No hay comentarios:

Publicar un comentario